Noticias037,Venezuela.-Leer el comunicado de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) sobre la represión violenta de las protestas poselectorales en Venezuela es como asistir a una repetición interminable de la misma tragedia. Según la CIDH, la represión actual “replica patrones observados en 2014 y 2017, en un contexto de ausencia de Estado de derecho y democracia”, añadiendo que “se está llevando a cabo con el apoyo de grupos civiles armados conocidos como colectivos”. Esto implica que el régimen de Nicolás Maduro ha movilizado tanto a sus fuerzas de seguridad como a grupos paramilitares para sofocar a quienes cuestionan el fraude electoral reciente. ¿Hasta cuántas veces puede fracturarse un país?
Venezuela sigue siendo un ejemplo de tragedia inminente. Esto ha sido evidente en cada elección desde que Nicolás Maduro asumió el poder en sustitución de un Hugo Chávez enfermo. El chavismo ha persistido en ignorar los principios fundamentales de una democracia: supervisión electoral, conteo transparente y auditorías independientes. Entre los simbolismos de esta semana, uno de los más elocuentes es el del director del Consejo Nacional Electoral, Elvis Amoroso. Amoroso, quien ascendió a su cargo tras ser uno de los fundadores del partido chavista y haber inhabilitado políticamente a la líder opositora María Corina Machado, ha jugado un papel crucial en la consolidación del poder de Maduro. ¿Cómo se puede confiar en los resultados de unas elecciones bajo tales circunstancias?
Nicolás Maduro, a pesar de su imagen pública, es consciente de que la situación es diferente esta vez. En elecciones anteriores, las denuncias de fraude causaron indignación internacional pero recibieron poca acción contundente. Aunque Juan Guaidó se autoproclamó presidente y obtuvo el respaldo de algunos sectores de la derecha regional, el apoyo fue limitado. Sin embargo, el descaro del oficialismo en esta ocasión ha sido tan evidente y su comportamiento, tanto antes como después de las elecciones, tan indefendible, que la condena mundial ha sido más pronunciada. A pesar del respaldo de China, Irán y Rusia, conocidos por sus posturas autoritarias, y de Nicaragua y Cuba, que han convertido sus revoluciones en sinónimos de abuso de poder, el rechazo internacional ha ganado en claridad.
El líder venezolano sabe que necesita proporcionar más evidencias de su “triunfo”, pero buscar la validación en el Tribunal Supremo de Justicia es simplemente otro intento de burlar la democracia.